Siempre he tenido una conexión especial con lo espiritual. Desde pequeña, todo lo que tuviera que ver con lo trascendental estaba en mi punto de mira pero esa sensación zen y de paz interior que veía en muchas personas no la encontraba en mí, no era fácil y, a día de hoy, confieso, me sigue costando hallarla, aunque el camino es tan bonito y gratificante que merece la pena vivirlo una y otra vez…
Uno de mis principales problemas es la vergüenza…Sí, la vergüenza. Os preguntaréis, ¿vergüenza? ¿de qué? Los que me conocen pensarán al leerme que no lo parezco pero los que me conocéis a fondo me entenderéis a la perfección.
Mi desparpajo social es una herramienta perfecta para disimular una soga que ha hecho de sobrecarga emocional en muchas situaciones de mi vida aunque, afortunadamente, cada vez es más pequeña y me voy sintiendo más libre. Todo se supera y todo llega, solo es cuestión de proyección y creer en ti porque lo que crees, creas.
En este post os hablo de mi primera clase de yoga; os pongo en contexto y situación. Seguro que alguien conectará con mis palabras y podrá empatizar…Pues bien, a los empáticos y empáticas os digo que de aquí se puede salir y es posible dar una buena patada en el culo a la vergüenza porque ni los demás son más, ni tú eres menos; simplemente somos y eso no implica estar dentro de una carrera de nivel.
Llevaba algún tiempo yendo al gym, otra de las batallas que le gané a la vergüenza y sin morir en el intento cuando cambiaba de máquina o cogía una mancuerna…Empecé a charlar con la recepcionista, también profesora de yoga y mantenimiento. Ella fue la llave para romper los moldes que estaban demasiado atrofiados en mi SER.
Tenía vergüenza de ir a una clase y no saber hacer las asanas (posturas), de que me miraran y juzgaran; de meter la pata, de tener esa sensación de hacer el ridículo. ¡Qué tontería!, ¿verdad? pero empatizo con las personas que aún sienten ese lastre y no consiguen quitarlo de su mente; incluso sigo teniendo mis días y es algo que debo seguir trabajando porque el conflicto está en mí.
Esa sensación, y perdón por la expresión, es muy jodida y no te permite avanzar…El Ego tiene muchos caminos y siempre se encuentra cómodo si se lo ponemos fácil.
Tras un tiempo, dije: “¿Sabes qué? Ya está bien de tanta represión: ¡Voy a probar!” y así fue como acabé una mañana del mes de junio: frente a la profesora de yoga. Ella transmitía una sonrisa tranquila y una voz pausada de esas que te bajan las revoluciones solo de escucharla. Desde el principio hubo conexión que después se transformó en mi conexión personal. Ella tenía una energía especial que no hace falta explicar. Charlábamos después de algunas clases a las que comencé a acudir con más asiduidad; alguna cerveza también tomamos fuera del gym porque aunque sea practicante de yoga, también me gusta disfrutar con mesura de otros placeres mundanos. Hablábamos de la vida, del alma, de la mente, de parejas, de familia,…Cada vez que lo hacíamos sentía que se abría una ventanita más a un mundo nuevo que estaba esperándome.
Yo le contaba que ese universo siempre me había llamado la atención, que me atraía esa calma que se respira en lo zen y en todos sus aspectos: la música y los mantras que parecen abrazarte, la forma de ver la vida sin prisas, sin tanto ruido, el no juzgar ni hacer daño pero le comenté también que me daba miedo avanzar; ella me dijo algo que se me quedó grabado:
“El yoga no se trata de hacerlo perfecto. Se trata de hacerlo tuyo y disfrutarlo mientras lo haces”
Sentí un Boom. Me explotó la cabeza.
Tenía toda la razón. Vivimos tan pendientes de hacerlo todo bien, de no fallar, de que no nos juzguen, de ganar, de perfeccionar,… que se nos olvida disfrutar del proceso. Yo llegué a esa primera clase más rígida que un palo y lo único que podía pensar era: “¿Y si me caigo? ¿Y si hago el ridículo?”
Pero poco a poco, con cada respiración, empecé a entender que el yoga no era una competición, ni un espectáculo sino un momento para mí; para mi cuerpo, para mi mente, para mi alma.
Esa primera clase fue mágica pero no perfecta; al día siguiente tenía más dolor de cuerpo que con el press de piernas pero sentí algo distinto. Sentí paz y una apertura extraña y reveladora dentro de mí. Sentí que por fin estaba conectando conmigo misma de una forma que nunca antes había sentido; sentí un antes y un después.
Empecé a ir más veces y en algunas ocasiones no tan motivada como en otras y eso se notaba en mis movimientos pero no me importaba tener menos nivel que otras personas porque aprendí que el Yoga es disfrutar de ti, de escucharte y de estar presente.
A día de hoy, ese camino que comenzó con una ruptura de prejuicios personales se convirtió en un estilo de vida llevado más allá del mat (esterilla de yoga): a mi entorno, a mi familia, a mis amigos, a mi trabajo, a mi LUNA, mi gran amiga perruna y al mundo que habito en general. No tengo que demostrar nada a nadie ni ser perfecta, solo disfrutar del proceso.
Con el yoga he aprendido que más allá de los juicios está la transparencia del SER y del ALMA porque ahí dentro es donde reside la esencia personal. En un mundo de prisas y ruido incesante es oro poder canalizar cada momento tal y como viene y saber cómo poner alternativas a instantes que deben ser como son y actuar sin dejarnos llevar por el pánico que nos manda el EGO.
Ahora miro atrás y le lanzo una sonrisa a mi primera vez. Soy consciente que atreverme a empezar fue algo perfecto dentro de la imperfección de mis primeras asanas y pranayamas.
Me atreví a probar, a sentir, a ser…
Ahora, la vida nos ha llevado por caminos distintos y aunque no tenga contacto con ella quiero dejarle un mensaje sabiendo que puede existir la posibilidad de que nunca lo lea.
Me acompañaste en mis primeros pasos en el Yoga; como una madre cuando somos pequeñitos y empezamos a dar nuestros primeros pasos: con paciencia, con intención, con saber estar y permanecer. Gracias por tus risas y consejos; por tu transparencia, por tanto y tantas…
A veces las personas llegan a nuestra vida por un motivo, aunque no se queden para siempre. En mi caso, tú llegaste para dejar una bonita huella, una semilla que germinó en mí, una luz que encendió algo maravilloso en mi interior.
Gracias por SER, maestra
Esta historia resume lo que para mí ha sido un “bienvenida a mi mente, a mi cuerpo y a mi alma” a través del Yoga y la meditación.
Si estás leyendo esto, no dudes en probar, no te juzgues y veas más allá porque tu mirada presente es la que te va a guiar a ese cambio que transformará tu vida.
Tal y como terminaba sus clases, finalizo yo
Namasté 🌿