Desde que el Yoga llegó a mi vida, todo comenzó a moverse con un ritmo distinto. Aprendí a escuchar el lenguaje silencioso de mi cuerpo, a calmar la voz incesante de la mente, a tener más presencia, más ligereza, más serenidad.
Con el Yoga Zen he aprendido a reconocer que la paz nace del interior y que se cultiva dentro, respiración a respiración.
Cada práctica es un regreso a casa, un recordatorio de que la verdadera fortaleza se encuentra en la calma, y que el equilibrio no se busca… se crea.